Sangre
- editorialciudadgen
- 18 may 2019
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Miraba sus manos frías, blancas como el nácar y largas, sus uñas eran garras que nunca había usado. Las miraba y lloraba, sus muñecas yacían distintas, estaban marcando el camino de unas tijeras y sus venas desencadenaban un río burdeos contrastando con el verdor de sus capilares. Estaban rotos; como ella. Fluía el líquido por sus largas manos, manchaba sus piernas, sus brazos, y goteaba hasta el suelo sin provocar un desmayo. Llevaba muerta tanto tiempo que ni los caminos de sus muñecas se cortaban.
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Gata negra
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