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Cotidiano

  • Foto del escritor: editorialciudadgen
    editorialciudadgen
  • 30 jul 2020
  • 1 Min. de lectura

Mis dedos golpean contra la caoba de mi mesa.

Me pregunto si debo hacerme la cena o escribir un par de líneas más.

La lluvia no cesa y por mi ventana veo las hojas de los árboles deslizarse con el viento. Un gato corre por encima de los muros como un equilibrista del circo, pero en un escenario mucho más lamentable.

Parece el comienzo de una película genérica, ¿No?

Las luces están apagadas y busco de manera atropellada el interruptor de la cocina.

La esquina de la mesa me quiebra de dolor.


-¡Eh! -oigo desde la puerta.


Lo ignoro, no son horas.

Insisten.

Serán los de amazon, o unos testigos de jehová.

Por si acaso abro. Bueno no. Miro por la mirilla, mientras golpean la puerta, claro.

Lleva un pasamontañas que le cubre la cara.

No es aconsejable abrir. Eso pienso, pero no es lo que hago.

Abro.

Y veo que no era buena idea. En lugar de una batidora comprada en una oferta exprés encajada en una caja de cartón, lleva una preciosa ¿navaja, faca, cheira, cuchilla?

Por esto no debía abrir, lo había dicho.

La línea del ordenador seguirá parpadeando en la hoja de mi documento Word. Lo que ya no se mueve, ni late, es mi corazón que lleva una puñalada de lo que sea que me haya clavado.

.

Gata negra.



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