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Kill Bill

  • Foto del escritor: editorialciudadgen
    editorialciudadgen
  • 26 ago 2019
  • 2 Min. de lectura

Sarnath caminaba por una calle oscura con su pequeño alfanje en un lado. Su sombrero estaba ladeado para que no se viera su sonrisa pícara a la luz de los faroles que iluminaban la noche. Había quedado en la Torre de la Guardia a medianoche para jugar a las cartas con la Muerte y con la Locura, y ya llegaba tarde. Sarnath intuyó a dos sombras siguiéndole entre las estrechas calles. Echó su mano al alfanje. Era uno de los espadachines más letales de Frihor. Una de las sombras le agarró el brazo, y la luz iluminó brevemente su cara. Sarnath se disponía a ensartarle como a un pez cuando una detonación mandó su mano al infierno en pequeños trocitos. -Estate quieto, bicho inmundo. Sarnath se resistía. Estaba sujeto. -¿Qué queréis de mí, perros bastardos? -dijo mientras se retorcía de dolor. El otro hombre, con la voz mucho más grave y la piel blanca de un muerto habló. Sujetaba una pistola contra el cuello de su presa, pero era un arma demasiado moderna para que éste la reconociera. -Deja de hablar tan raro y dime las cosas claras. Te hemos visto. Aire gótico, sonrisa sarcástica... Joder, si hasta juegas a las cartas con la Muerte. -¿Eso qué quiere decir? -Sabemos quién te ha escrito. Nos interesa él. No tú. -¿Qué estupidez es ésta? Caía sangre de su brazo mutilado formando un espectral charco en el suelo. -Mira déjalo. Ya lo hacemos nosotros. Cada uno le sujetó de un brazo. El asaltante de piel mortecina sacó un aparato luminoso que Sarnath creyó magia ancestral. El escritor paró de teclear. La historia se le había ido de las manos. No sabía por qué habían aparecido esos personajes ahí. No era buena idea. Era una historia sobre un juego de cartas con la Muerte y la Locura, en la que Sarnath acabaría dejando ganar a la Locura sólo por miedo a que ganara la Muerte. Se le habían confundido las ideas. Bajó a merendar. Abrió un paquete de oreos y se llenó un vaso de leche. Alguien llamó a la puerta. El escritor no esperaba visita. Fue a abrir arrastrando los pies. Por el camino pensó por qué Mountain Dew se llama así...no tiene mucho sentido. La cerradura voló por los aires de un disparo. La puerta se abrió mostrando a un hombre alto, de piel blanca y con el cañón caliente de su arma apuntándole. El escritor nunca había corrido tan rápido como corrió hacia la otra puerta en ese momento, demostrando así lo acertado de su pseudónimo. Pero no podía escapar. Él era sólo una persona real que inventaba historias y personajes. No podía competir contra la auténtica ficción. O la ficticia realidad. O quienes fueran aquellos personajes inventados por otra mente curiosa. El otro hombre le cortó la salida. Los dos vestían gabardinas negras. Lo sentaron frente al ordenador a punta de pistola. La voz grave de su relato sonó junto a su oído: -Hemos entrado, podemos entrar cuándo queramos. Él puede seguir con esto. Nos ha escrito por un propósito. Ese propósito eres tú. Ahora más te vale volver a abrir ese relato y rendirte. -¿Quién os ha escrito?

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Dedicado al demonio del refugio rexulon

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Mantis Marina🇷🇸💥🚪

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