Horizonte de sucesos
- editorialciudadgen
- 29 sept 2019
- 2 Min. de lectura
Terminé la máquina en menos de lo previsto. Había tomado dos tazas de café, que me habían dado la fuerza necesaria para terminar a tiempo. Ahora estaba acelerado y sólo quería probarla lo antes posible. Me ajusté las cinchas en las muñecas y tensé los cables para que se pegaran a mi cuerpo. Después de una década de trabajo pulsé en la pantalla y esperé. Nada. No ocurrió nada. Ni luces, ni explosiones, ni siquiera un mínimo dolor de cabeza. Miré el reloj. La hora era la misma. La única diferencia es que la luz del despacho estaba encendida. Todo marchaba según lo previsto. Después de una rápida inspección vi mi máquina, mi invención. A punto de ser terminada después de una década de trabajo. Muy parecida a la misma que llevaba yo puesta. Encontré el valor suficiente para asomarme al despacho. Tal y como esperaba me vi a mí mismo durmiendo en el sillón, con la luz encendida y el escritorio lleno de papeles desordenados. Había conseguido la parte más difícil, llegar hasta ahí. Ahora, mitad procedimiento científico mitad soberbia, mi conciencia me pedía dejar un marcador en aquel lugar, algo equivalente a una bandera en la cima de una montaña. Fui a la nevera, cogí una manzana y empecé a comer. Debía de ser una señal que me identificara a mí como visitante imposible de aquel lugar. Fui a mi escritorio; es decir, a su escritorio, el de mi otro yo. Cogí mi bolígrafo habitual o una copia idéntica de este y volví junto a la máquina. Abrí su diario de anotaciones y fui directamente a la primera página en blanco. Le hablé directamente, sin medias tintas ni vacilaciones y cerré el diario de nuevo. Mi trabajo estaba hecho y era hora de volver a disfrutar de mi éxito. Pero no era tan fácil. La persona que dormía en la habitación contigua (puede que yo) tendría una máquina funcional en unas horas y podría visitarme a su antojo, quién sabe con qué intenciones. Yo había alcanzado su objetivo antes y estaría enfadado. Podía responder muy mal. Desconecté algunos cables y me llevé algunas hojas imprescindibles para terminar su proyecto. Años de trabajo se fueron conmigo cuando volví a tocar la pantalla. Mi taller volvía a ser el de siempre, nada había cambiado durante mi viaje. Pero yo sudaba aterrado, porque no estaba seguro y a día de hoy sigo sin estarlo.
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Mantis Marina🇷🇸
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Dedicado a Jackie el Descuentacuentos
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