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Golpe accidental

  • Foto del escritor: editorialciudadgen
    editorialciudadgen
  • 15 ago 2019
  • 1 Min. de lectura

Oía el motor acelerarse, las balas chocaban contra el metal, como si estuvieran en mi propio cuerpo. Sentía los golpes de hacía unas horas aún. Recordaba como mi estómago se hundía con su golpe, la mandíbula crujía sonoramente chocando contra los nudillos. Ahora sentía dolor de pensarlo. Las manos estaban abrazadas por una brida oscura, por mi seguridad. Lo que si notaba eran las fuerzas cada vez menores. Sentí la sangre caer por mi entrepierna, parecía practicamente igual a la de mi labio, pero esa llevaba más dentro, unos dos meses. Aún recuerdo cuando todo estaba bien, cuando me dijeron que estaría bien, antes de que me cruzara la cara dos veces por semana, me besara las heridas, y después me lanzase alcohol y sal en las cicatrices. Eramos felices, cuando las marcas eran las de mis uñas en su espalda y no las de puños cerrados en mi cuerpo. Eramos muy felices, hasta que las rayas dejaron de ser de cartas de amor para ser de gramos de heroína. Eramos jodidamente felices hasta que dejamos los polvos por compasión por empolvarse por dentro con pasión. Pero no me puedo quejar, es la última vez, ya no le pasará más, va a cambiar, va a dejarse la droga, vamos a dejar de irnos por falsos asesinatos. Huimos por los demás, nos disparan por los demás. Es bueno, le traicionan los nervios, solo se le ha ido la mano, me repito mientras acaricio mi vientre.

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𝐺𝑎𝑡𝑎 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑎

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